Piernas agarrotadas, bostezos continuos, etcétera. Así fue mi llegada a Roma. Por suerte, mi aventura nocturna por las callejuelas del Trastévere me ha ayudado a despejarme. Sin embargo, creo que no soy consciente de la ciudad en la que me hallo. Probablemente, estoy pisando el suelo que pisaba Julio César ante sus esclavos, es decir, estoy pisando la que fuese "capital del mundo" hace muchos siglos.
En definitiva, ¿qué os voy a descubrir de Roma? Lo tiene absolutamente todo. Cualquier pequeño detalle es historia. De hecho, me he ido a dar un paseo por los lugares más emblemáticos de la capital italiana. ¡Qué vuelco me ha dado el corazón al entrar en el Coliseo! El hecho de pensar todo lo vivido allí en el pasado me hace reflexionar acerca de lo minúsculos que somos respecto a la historia.
No obstante, me asombra, también, la cantidad de plazas de notable importancia con las que cuenta: Piazza Navona, Piazza di Spagna y un sinfín más. Además, en su interior se halla una región independiente que se levanta ante nuestros ojos y donde vive Su Santidad, el Papa. En estas fechas, por tanto, hablamos de Francisco I. Creo que no hay lugar que me cause tanta impresión. Todo eso tiene una guinda llamada Capilla Sixtina. ¡Hermosura es su bandera! ¡Cómo me gusta esta sala!
Además, la devoción cristiana que hay en esta ciudad se ve manifestada en la cantidad de iglesias majestuosas: Sant Angelo, Santa Maria Maggiore,... Podría seguir, pero no acabaría. Concluyo con la espectacular Fontana di Trevi. ¡Ay, la Dolce Vita! Por cierto, si os ponéis a ver Ángeles y Demonios de Ron Howard, también es una manera de ver Roma.
Alejandro Gil Álvarez
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